
Sobre la orilla izquierda del támesis, entre los techos grises de la ciudad, se eleva una imponente y sombria fortaleza. Desde hace once siglos sus rojizas murallas horadadas de amenazantes aspilleras dominan la ciudad de Londres, cual un simbolo de la autoridad real. Este tétrico edificio fue el testigo inmutable de los mas oscuros episodios de la historia de Inglaterra; en los siniestros calabozos de las torres fueron encerrados, durante el transcurso de las guerras civiles, los mas poderosos personajes del reino, y los horrendos crimenes allí perpetrados permanecerán para siempre envueltos en el lóbrego silencio de sus muros seculares.
La torre de Londres fue el centro mismo de ese sangriento drama, de esa encarnizada lucha dinástica que duró más de treinta años, llamada guerra de las dos rosas; en su curso desaparecieron los hombres mas representativos de la antigua aristocracia normanda y dió por resultado, sin embargo, una mejor organización de la vida política inglesa.
El primer germen de esta guerra data de la epoca en que Ricardo II, hijo de Eduardo III, debió hacer frente a su primo Enrique de Lancaster; éste resulto triunfante y luego de haber obligado a Ricardo II a abdicar al trono, lo hizo asesinar, corria el año 1399.
Después de este regicidio pareció que la familia de los Lancaster ocuparia definitivamente el trono de Inglaterra: nadie se opuso, en efecto, a que Enrique V, hijo de Enrique de Lancaster, ciñera la corona, y tampoco a que está pasara mas tarde a manos de Enrique VI, su sucesor.
Este último tomo por consejero íntimo a Enrique de Beaufort, duque de Sommerset, quien, por ser pariente del rey, se convirtió en un firme defensor de la dinastía de los Lancaster, pero tuvo como adversario, en el seno mismo del Consejo de la corona, a Ricardo, duke de York, descendiente de la otra rama de la familia real.
Ricardo, que aspiraba secretamente al trono, contaba con el apoyo de numerosos pares del reino y solo aguardaba la ocasión favorable para hacer valer sus derechos; así, cuando en 1445 el rey manifestó los primeros síntomas de desequilibrio mental , el representante de los York creyó llegada su oportunidad. El parlamento le confió entonces la dirección del reino, y al año siguiente, cuando el rey, aparentemente curado, volvió al trono, advirtió que todos sus partidarios habían sido separados del poder, y con ellos Enrique de Beaufort, a quien ademas habían encarcelado. Por supuesto, Enrique VI restableció inmediatamente la situación tal como se encontraba antes de su enfermedad; esto desencadenó las iras de la facción yorkista, que tomó las armas contra el rey y contra todos sus partidarios. Así comenzó la guerra de las dos rosas cuyo nombre se debe al emblema de cada una de las dos familias: el de la casa York, que ostentaba una rosa blanca, y el de los Lancaster, una rosa roja.
El primer triunfo fue de los defensores de los York, quienes derrotaron y dieron muerte en San Albano al duque de Sommerset; la lucha continuó luego con resultados diversos para ambos bandos y durante su transcurso perdiron la vida numerosos miembros de las más ilustres familias de Inglaterra, no solamente en los campos de batalla sino también en la ciudades, donde corría a raudales la sangre de la nobleza, víctima del odio y la venganza de las dos facciones enemigas.
En 1461, al final de primer periodo de esta guerra, la rosa blanca había obtenido grandes ventajas sobre su rival; el rey Enrique VI, tomado prisionero, estaba encerrado en la Torre de Londres, y Ricardo de York ceñia la corona con el nombre de Eduardo IV. En la corte, el conde de Warwick lo disponía todo a su antojo. Fué precisamente este poder absoluto el que le valió la antipatía del rey: caído en desgracia debió huir a Francia, donde se reconcilió con los partidarios de los Lancaster, allí exiliados.
En 1461, al final del primer período de esta guerra el rey se refugia en la corte de su cuñado, Carlos el Temerario, dúque de Borgoña. Enrique VI, jefe de la familia de los Lancaster, vuelve al trono, aunque por poco tiempo, pues al año siguiente es derrocado por Eduardo IV, quien habia regresado al país con tropas borgoñonas. Warwick fué muerto y al poco tiempo también Enrique VI, apuñalado en la torre por el duque de Gloucester, hermano del nuevo rey.
Sin embargo la larga lista de asesinatos no estaba aún cerrada. Eduardo IV hizo condenar y matar en la torre a su propio hermano, que había abrazado la causa de los Lancaster. Eduardo V, su hijo, rey de Inglaterra en 1483, reinó solo algunos meses. El tío de este, Ricardo de Gloucester, ordenó su encarcelamiento y el de su joven hermano. Tuvo entonces lugar un trágico episodio: encerrados en los sombrios calabozos de la Torre de Londres, los dos nobles principes fueron asesinados por orden de su inhumano tío. Ricardo de Gloucester tomó el cetro con el nombre de Ricardo III; pero sus crímenes habían provocado la indignación de los lores, que se volvieron contra él. La primera revuelta fue ahogada en sangre, pero la segunda, instigada por Enrique Túdor, conde de Richmond, triunfó. Ricardo murió en el campo de batalla de Bosworth y Enrique Túdor se convirtió en rey bajo el nombre Enrique VII. Al poco tiempo se casó con Isabel de York, reuniendose así la rosa roja y la rosa blanca, lo que significó el fín de la guerra de las dos rosas.
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